Su gente

Su gente

 

Los Tarahumaras

 

Desde hace cientos de años, aquí vive dispersa en pequeñas comunidades la población tarahumara. Cuando del jesuita Juan Fonte fundó, en lo que hoy es Balleza, una misión para indios Tepehuanes, supo que tenían fricciones con los llamados Tarahumara, o sea –corredores de a pie-.

 

 

Los estudios arqueológicos revelan su presencia en la sierra chihuahuense desde hace cerca de diez mil años. La antropología los considera de origen náhuatl, y su lengua está clasificada dentro del grupo Uto-azteca. Es sorprendente que el número aproximado de 40 mil individuos reportado por los jesuitas en el siglo XVII haya permanecido más o menos estable hasta nuestros días, así como la homogeneidad de su cultura e idioma, a pesar de que nunca tendieron a formar comunidades debido probablemente a la geografía de hábitad, que no permite cultivos extensos, y a las planicies son demasiado áridas para sembrar, por lo que vivían también de la caza y la pesca.

 

 

Los tarahumaras actuales conservan bastantes elementos propios, aunque han tomado préstamos de la cultura occidental, como la domesticación de ganado menor, con cuya lana confeccionan las faja y mantas –tan apreciadas en inverno- que antes hacían con fibra de maguey. Sus magníficos trabajos de cestería mantienen características prehispánicas y siguen cultivando maíz, frijol y calabaza, aunque la mayoría ha sustituido la coa por el arado jalado por bueyes.

 

 

Su alimentación es básicamente la misma: tortillas, pinole hecho de maíz tostado, atole, calabaza condimentada en varias formas, frijoles, quelites, verdolagas y algunas otras hierbas silvestres. La carne de venado hoy a sido sustituida por la de res, que consumen por lo general en las festividades.

 

 

Ha ocurrido un cambio en el uso de cuevas como habitación, pues hoy la mayoría prefiere construir sus chozas con troncos o piedras y lodo. La dispersión de sus rancherías no ha impedido la costumbre ancestral de invitar a los vecinos para cosechar y consumir tesgüino; en forma rotativa, estos invitados hacen lo mismo con otros, hasta formar una amplia cadena que abarca a todo el grupo y permite una frecuente relación social.

 

 

De acuerdo con las crónicas de los misioneros, se pueden describir pocas modificaciones en el vestuario. Solamente los hombres, algunos, cambiaron el taparrabos por pantalones, pues siguen usando camisa con mangas abultadas, una faja más o menos elaborada y los huaraches de cuero sujetos con correas.

 

 

Bajo un aparente cristianismo se perciben reminiscencias de una religión animista, con culto al sol, la luna y las estrellas, aunque sujeta al calendario católico. Todas las ceremonias se celebran con bebidas, comidas rituales y danzas, entre las que destacan el Yúmare –danza propiciatoria de la lluvia- y el Tutuguri, que requiere el sacrificio de una res para alimento comunitario. Es muy frecuente en Semana Santa y Nochebuena una versión peculiar que los tarahumaras han creado a partir de la danza de matachines. Los ritos que se observan en las comunidades indias o mestizas de la sierra suelen ser acompañado por los cantos y ceremonias que sus abuelos aprendieron en el siglo XVIII. Otra influencia europea es el uso del rabel o violín que, elaborado por ellos mismos, tocan en todas las fiestas. Los tambores de diversos tamaños y formas con que hacen música también tiene orígenes ancestrales.

 

 

Aún conservan juegos con antiguas raíces religiosas: las carreras de bola de encino entre los hombres, las rarajíparas, y las carreras de mujeres a las que llaman rowena, en la que se lanzan dos pequeños aros entrelazados. Compiten por equipos que representan sus rancherías; los hombres recorren distancias kilométricas que se cubren sin interrupción, lanzando con en el empeine la bola hacia hacia delante, mientras los espectadores los estimulan gritando ¡huériga, huériga! y les ofrecen pinole y tesgüino. De noche la ruta se ilumina con antorchas de ocote que llevan los asistentes. El equipo ganador se alza con todo lo apostado.

 

 

Los Menonitas

 

Los menonitas llegaron a Chihuahua en marzo de 1922, siendo gobernador Ignacio C. Enríquez; procedían de los distritos canadienses; Hague, Swinft y Manitoba debido a presiones que la Corona Inglesa ejercía para que prestaran el servicio militar. Es un grupo originario de Holanda y Alemania que siguió las prédicas de un sacerdote llamado Simón Mennon. Han emigrado a distintos países y finalmente en México se les recibió en forma privilegiada al permitirles, de acuerdo con su religión, el no sujetarse a algunas leyes del país.

 

 

Adquirieron terrenos en el latifundio Zuloaga, ubicado entre los municipios de Cuauhtémoc, Namiquipa y Rivapalacio. Se dividieron en dos grandes colonias la primera llamada Manitoba que comprende 40 aldeas o campos; la segunda Swinft Curent con 17 campos. Son notables en su laboriosidad y apego a sus principios religiosos. Enemigos de la violencia.

 

 

Se les puede ver en Cuauhtémoc o en los campos vestidos con sus atuendos peculiares, reminiscencia de costumbres y trajes del siglo XVI del norte de Europa. En síntesis los menonitas representan un atractivo sorpresivo para el viajero que atraviesa Cuauhtémoc, que es la puerta de entrada a la Sierra Tarahuamara.

 

 

La comunidad menonita de Cuauhtémoc inauguró a partir de diciembre del 2001 el Museo Menonita ubicado en el kilómetro 10.5 de la carretera Cuauhtémoc-Álvaro Obregón. Se recrea en este espacio una típica casa menonita que muestra una colección de utensilios y muebles traídos por los primeros colonizadores en 1922. El museo tiene un horario de lunes a sábado de 9:00 a 17:00 hrs.

 

 

De igual manera se pueden visitar también las fábricas de productos lácteos como el famoso queso menonita mejor conocido como queso Chihuahua, mantequilla, crema entre otros.